Manos frias-Cuando el corazón tiembla: Dios en la sala del silencio

person showing both palms while sitting on chair
Photo by Jeremy Yap on Unsplash

La escena

Ahí estaba ella, dormida. Me acerqué lentamente y contemplé su rostro sereno. Me senté y vi gente distinta, rostros que decían ser “familia”, pero mi alma no recordaba ni sentía nada.
Me percibí fuera de lugar, como cuadro de exhibición en el cuarto equivocado. Hablaban una hermana y un amigo; mi mente, sin embargo, corría buscando respuestas que no tenía.

El peso de la soledad

Nadie se detenía. Nadie parecía querer saber. Mi mente gritaba: “¡Qué gente tan vacía y fría!” Miradas tristes, vacías; y yo con miles de preguntas sin respuesta.

Caminé hacia la salida. Una mano se extendió: era mi padre, despidiéndose. Sentí el frío en su piel y, más hondo, en el corazón. Salí llorando, como quien tropieza con un invierno que no termina.


Lo que parece vacío no está vacío: una defensa de la esperanza

La apologética no es solo ideas; es recordar, frente al dolor, por qué la fe sigue en pie.

  1. El dolor no invalida a Dios; revela nuestra necesidad de Él.

    “Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón” (Salmo 34:18).
    Si el mal nos hiere, es porque fuimos hechos para un bien más alto que la indiferencia.

  2. La frialdad humana no es argumento contra el amor; es evidencia de la caída.

    “El amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12).
    La ausencia de calor en las miradas no contradice a Dios; confirma cuánto necesitamos Su fuego.

  3. La despedida no es el final para quien confía en Cristo.

    “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
    Si la muerte tuviera la última palabra, el amor sería una burla. Pero Cristo resucitó: la tumba no decide nuestro destino.

  4. Cuando no hay respuestas, sí hay Presencia.

    “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo” (Salmo 23:4).
    La apologética cristiana no promete explicarlo todo, pero señala al Dios que camina con nosotros.


Lo que aprendí en la sala del silencio

  • Mi identidad no depende del calor (o la falta de él) en rostros humanos, sino de la mirada del Padre.

  • El frío que sentí en la piel no apagó la llama de la promesa.

  • Las preguntas sin respuesta no son un muro; son una puerta para encontrar al Consolador.

“¿A dónde huiré de tu Espíritu?… Aun allí me guiará tu mano” (Salmo 139:7,10).


Oración breve

Señor Jesús, cuando las salas se enfrían y las despedidas me cortan el aliento, recuérdame que tu cruz no fue vacío y tu tumba no quedó llena. Calienta mi corazón con tu presencia y enséñame a ver esperanza donde otros ven final. Amén.


Para quien atraviesa un invierno del alma

Si hoy te sientes fuera de lugar como yo, no estás sola. Escribe tu nombre en los comentarios y oramos juntas. Cristo sigue siendo buena noticia en la sala del silencio.

2 Comments

  1. Qué potente reflexión. A veces pienso que el dolor contradice la fe, pero tu texto me mostró lo contrario: me empuja hacia Cristo. Tomé nota de Juan 11:25 y Salmo 34:18. Hoy mismo voy a orar con esas promesas. ¡Gracias por apuntarnos a la esperanza!

  2. Gracias por compartir esto. Perdí a mi mamá hace dos meses y me sentía exactamente como describes: rodeada de gente, pero con el corazón helado. Leer los versículos me recordó que Dios no me dejó sola en la sala del silencio. ¿Podrías orar por paz en mi mente esta semana?

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